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Fifth Sunday in Ordinary Time

In today’s Gospel, the Lord invites us to meditate on the extraordinary grace of being chosen by him. The Lord reminds his apostles time and again it is not they who have chosen him; rather, he has chosen them. Think about it: at times it is easy to lose sight of the fact that Christ has called us through our baptism to be his disciples. The experience of our own weakness and limitations in doing what is right can cause us to lose heart before our great calling to be salt of the earth and light to the world. Yet, the Lord has chosen us precisely for that mission: we are to be instruments for the conversion of those around us, bringing society itself out of darkness and into Christ’s light.

So, the first question that came to me was: How are we to go about the task? The answer lies in our baptism. Through this sacrament our whole being is introduced into a new life, the life of an adopted son or daughter of God in Christ Jesus. At the moment of our Baptism, the Three Divine Persons came and took possession of their new dwelling place, which is our souls. They yearn to have a deeper and more significant relationship with us. This relationship with the Three Divine Persons is strengthened, and becomes more meaningful each day through our collaboration with the actual graces they give us through the frequent use of the Sacraments, and through our desire to know them better by spending more and more time with them in prayer.

Deepening our relationship with the Three Divine Persons allows them to act in us in more powerful ways each day. For instance, becoming more aware of the inner presence of the Holy Spirit, we better collaborate with Him, allowing Him to work within us, to guide us and direct all our efforts. So, if we are to be the light of the world and the salt of the earth, we must seek always to follow the Holy Spirit’s inspirations and trust in him absolutely. By doing so, we will become those disciples whose greatest desire is to glorify the Father, and people will see in us the hand of God.

One last thought: In the Gospel of St. John (15,ff), during the last Supper, Jesus took it to the next level when he said, “No longer do I call you servants, for the servant does not know what his master is doing; but I have called you friends, for all that I have heard from my Father I have made known to you. You did not choose me, but I chose you and appointed you that you should go and bear fruit and that your fruit should abide; so that whatever you ask the Father in my name, he may give it to you. This I command you, to love one another.”

This is why he tells us to remain in his love always. In fact, he wants us to live in his love, just as a branch lives in the vine and thus is able to bear fruit. To the degree our discipleship is rooted in the love that Christ has for us, to that same degree we become salt and light to others.

Dear Lord, you chose us to be the salt of the earth and the light of the world. WeI believe in You, we trust in You, and we love You. Today, may our every word and deed be courageous expressions of your love for everyone we will meet. Amen.

En el Evangelio de hoy, el Señor nos invita a meditar sobre la gracia extraordinaria de ser elegido por él. El Señor recuerda a sus apóstoles una y otra vez que no son ellos quiénes lo han elegido; más bien, El los ha elegido. Piénselo: a veces es fácil perder de vista el hecho de que Cristo nos ha llamado a través de nuestro bautismo para ser sus discípulos. La experiencia de nuestra debilidad propia y limitaciones al hacer lo correcto puede hacer que nos desanimemos ante nuestro gran llamado a ser sal de la tierra y luz para el mundo. Sin embargo, el Señor nos ha elegido precisamente para esa misión: debemos ser instrumentos para la conversión de los que nos rodean, sacando a la sociedad misma de la oscuridad hacia la luz de Cristo.

Entonces, la primera pregunta que se me ocurre es: ¿Cómo vamos a hacer la tarea? La respuesta está en nuestro bautismo. A través de este sacramento, todo nuestro ser se introduce en una nueva vida, la vida de una hija o hijo adoptivo de Dios en Cristo Jesús. En el momento de nuestro bautismo, las Tres Personas Divinas vinieron y tomaron posesión de su nueva morada, que son nuestras almas. Anhelan tener una relación más profunda y significativa con nosotros. Esta relación con las Tres Personas Divinas se fortalece y se vuelve más significativa cada día a través de nuestra colaboración con las gracias reales que nos dan a través del uso frecuente de los sacramentos, y a través de nuestro deseo de conocerlos mejor al pasar más y más tiempo con ellos en oración.

Profundizar nuestra relación con las Tres Personas Divinas nos permite cada día actuar de manera más poderosa. Por ejemplo, al estar más conscientes de la presencia interna del Espíritu Santo, colaboramos mejor con Él, permitiéndole trabajar dentro de nosotros, guiarnos y dirigir todos nuestros esfuerzos. Entonces, si queremos ser la luz del mundo y la sal de la tierra, debemos buscar siempre seguir las inspiraciones del Espíritu Santo y confiar absolutamente en él. Al hacerlo, nos convertiremos en esos discípulos cuyo mayor deseo es glorificar al Padre, y la gente verá en nosotros la mano de Dios.

Un último pensamiento: en el Evangelio de San Juan (15, ss.), durante la última Cena, Jesús lo llevó al nivel siguiente cuando dijo: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe qué es lo que su maestro está haciendo; pero los he llamado amigos, por todo lo que han escuchado de mi Padre, y que les he dado a conocer. No me elegiste a mí, pero yo te elegí a ti y te dije que debías ir y dar fruto y que tu fruto debería permanecer; para que lo que le pidas al Padre en mi nombre, él te lo dé. Esto te ordeno que se amen unos a otros.

Por eso nos dice que permanezcamos en su amor siempre. De hecho, él quiere que vivamos en su amor, así como una rama vive en la vid y así puede dar fruto. En la medida en que nuestro discipulado esté enraizado en el amor que Cristo tiene por nosotros, en la misma medida nos convertimos en sal y luz para los demás.

Querido Señor, nos elegiste para ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Creemos en ti, confiamos en ti y te amamos. Hoy, que cada una de nuestras palabras y acciones sean expresiones valientes de su amor por todos los que conoceremos. Amén.

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