This weekend we read how in the first chapter of Saint Mark, Jesus was just beginning his ministry and was welcomed in the synagogue to teach. As he began, the devout Jews who were listening realized something greater was in their midst (Luke 11). He taught with authority—with power from the Father, and they were astonished. Every day when we reflect on the word with Christ, he wants to teach us in the same way. He has given us commandments and the Church as authorities in our life. May we be as receptive to his authority as were the men in the synagogue that day.
Think about it, Jesus’s authority and power calm stormy seas, heal the sick, forgive sins, and expel demons. We know this about Jesus because of his word, but the congregation that day didn’t have hindsight, and they failed to recognize Jesus as the Son of God. The demons even proclaimed that Jesus was “the Holy One of God” but the men did not yet believe. When we listen attentively to Jesus’s teachings and subjugate ourselves to him, we will grow to recognize Jesus’s actions in our daily lives. And we’ll be astonished as he teaches us and shows his tender loving care for us and those we love.
One last thought, Saint Mark tells us in this Gospel that fame followed Jesus from the very beginning of his ministry. In our modern post-Christian culture, Jesus is “famous” as a spiritual leader of sorts, but those of us who love him want a different kind of fame for Jesus. We want others to know and love Jesus the way we do. When those bogged down with temporal needs come to us for consolation, are we able to give them Jesus? To remind them that they are children of this powerful and loving Trinitarian God? Are we able to spread Jesus’s fame person by person?
Oh Lord, even though we talk to you daily when we pray, we know that we do not even begin to comprehend the depths of your love for us. We want to better recognize your actions in our daily lives, to become ever more aware of your presence. And we want to share the “good news” with others so that they too will love you. Speak to us, teach us, and allow us to be your messenger to someone today. Amen.
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Este fin de semana leemos cómo en el primer capítulo de San Marcos, Jesús recién comenzaba su ministerio y fue recibido en la sinagoga para enseñar. Cuando comenzó, los judíos devotos que estaban escuchando se dieron cuenta de que había algo más grande entre ellos (Lucas 11). Jesús enseñó con autoridad, con el poder del Padre, y ellos se asombraron. Todos los días, cuando reflexionamos sobre la palabra con Cristo, él quiere enseñarnos de la misma manera. Nos ha dado mandamientos y la Iglesia como autoridad en nuestra vida. Quiere que seamos tan receptivos a su autoridad como lo fueron ese día los hombres en la sinagoga. Piensen en esto, la autoridad y el poder de Jesús calman los mares tormentosos, curan a los enfermos, perdonan los pecados y expulsan a los demonios. Sabemos esto acerca de Jesús por su palabra, pero ese día la congregación no tuvo una visión retrospectiva, y no reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios. Los demonios incluso proclamaron que Jesús era “el Santo de Dios”, pero los hombres aún no creían. Cuando escuchamos atentamente las enseñanzas de Jesús y nos subyugamos a él, creceremos para reconocer las acciones de Jesús en nuestra vida diaria. Y estaremos asombrados cuando nos enseñe y muestre su cuidado tierno y amoroso por nosotros y aquellos a quienes amamos. Un último pensamiento, San Marcos nos dice en este Evangelio que la fama siguió a Jesús desde el comienzo de su ministerio. En nuestra cultura poscristiana moderna, Jesús es “famoso” como una especie de líder espiritual, pero nosotros que lo amamos queremos un tipo diferente de fama para Jesús. Queremos que otros conozcan y amen a Jesús como nosotros. Cuando los que están empantanados con necesidades temporales vienen a nosotros en busca de consuelo, ¿podemos darles a Jesús? ¿Para recordarles que son hijos de este Dios Trinitario poderoso y amoroso? ¿Podemos difundir la fama de Jesús persona por persona? Oh Señor, aunque te hablamos a diario cuando oramos, sabemos que ni siquiera comenzamos a comprender la profundidad de tu amor por nosotros. Queremos reconocer mejor tus acciones en nuestra vida diaria, ser cada vez más conscientes de tu presencia. Y queremos compartir las “buenas nuevas” con los demás para que ellos también te amen. Háblanos, enséñanos y permítenos ser tu mensajero para alguien hoy. Amén.
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